La posición de la reina se antojaba ya insostenible cuando estalló la revolución de 1868. No ignoraban en el Palacio Real, hacía meses, el estado de ánimo en las calles, y hasta sus habitaciones llegaba el eco de la tenaz campaña contra Isabel II que promovían, unidos para sitiar el prestigio del trono, francmasones y ultramontanos, republicanos y progresistas. (Eulalia de Bourbon, 1958: 17)

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