El sinsabor de la derrota en el tablero internacional, motivó que Felipe IV mostrara cierto propósito de enmienda en su testamento de 1665: "Encargo al príncipe, a los demás sucesores, a la reina, y a los tutores y gobernadores, y expresamente les mando, que guarden y hagan guardar a todos mis reinos, sus leyes, fueros y privilegios, y que no permitan que se haga novedad en el gobierno de ellos".

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