A pesar del fracaso en Arnhem, en septiembre de 1944, Eisenhower evitó los reproches a Montgomery y se limitó a declarar que los aliados tenían por delante una campaña larga y dura. Una vez más, el comandante supremo aliado demostró que, si bien no era un genio de la estrategia, sabía actuar con el tacto preciso para afianzar su reputación de árbitro insustituible. (Mateo Madridejos, 1985, VI: 53)

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